Paraíso Perdido Adriana Loureiro Fernandez

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Paraíso perdido 

Fotografías Adriana Loureiro Fernández

Adriana Loureiro Fernández es una de las miradas con mayor talento de la fotografía venezolana actual. Su trabajo se caracteriza por un extrordinario rigor periodístico y un estilo documental clásico. Sus reportajes se publican en las principales cabeceras independientes de Venezuela y en varios medios internacionales. Su fotografía relata su Venezuela natal y como venezolana nos aproxima en primera persona la realidad que viven las juventudes venezolanas de la Venezuela de hoy. 

En un país como Venezuela, el trabajo de fotógrafas como Adriana es clave para documentar la realidad de una de las peores dictaduras contemporáneas. Cada día esta nueva generación de fotógrafos ponen su vida en riesgo para poder fotografiar la Venezuela actual. El valor histórico de la fotografía de fotógrafos como Adriana son clave para entender y no olvidar lo que vive hoy vive Venezuela. 

En la noche del 27 de febrero de 2015, un manifestante se detiene en medio de una nube de gas lacrimógeno. Del otro lado del muro, las fuerzas de seguridad intentaron recuperar el control de la Universidad de Los Andes en San Cristobal, Estado Táchira. El conflicto duró más de cuatro horas esa noche.
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¿Qué significa ser un fotoperiodista en Venezuela?

Hace pocos días conocí a una mujer en una zona rural y pobre a las afueras de la capital. Ella estaba en sus 20, era flaca, alta. Tenía el cabello larguísimo, negro azabache. Los ojos almendrados, las mejillas rozadas. Se sentó de piernas cruzadas y espalda erguida a hablar conmigo. Movía las manos con la misma calma con la que hablaba —Yo pensando que ella era de lo más elegante.Así me contó que a sus 23 años pesaba 32 kilos. Que su segundo hijo nació pesando 1,2 kilos y el tercero 2,1. Vivía en una casita hecha de lata, con sus tres hijos. No había pavimento en la calle. Allí no había nada. Abrió la nevera: nada. 

El latón que, hace de pared, estaba roto y tenía un hueco por donde se filtraba la luz y la brisa. Entonces la luz y la brisa le dieron en la cara. Ella cerró los ojos y dijo “Ay, qué rica la brisita”. Click.

Eso es ser fotoperiodista en Venezuela. Venezuela te quita el aliento, en el mejor y peor de los sentidos: Te sublima en forma y te destruye en contenido. Como la joven hermosa que se estaba muriendo de hambre y todavía se alegraba por la brisa. Yo voy caminando y guardando fotos en mi cabeza, que a veces sólo ahí se quedan porque sacar una cámara aquí se tiene que hacer con cuidado. En ese sentido Venezuela es también uno de los lugares más frustrantes: quieres fotografiarlo todo pero cada movimiento tiene que ser medido, pensado, planeado, para que no termines con una pistola en la cara. Muchas veces (demasiadas para mi gusto), tienes que conformarte con la fotografía en la memoria y no más.

El 12 de octubre de 2015, dos escritores de graffiti encienden un pote de pintura en el metro de Caracas. Inicialmente, su principal preocupación era la estética y la tipografía pero, a medida que la situación empeoraba en el país, comenzaron a surgir mensajes políticos en los vagones, en las calles. La política venezolana había trastocado todo, incluso las subculturas.
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Un hombre vigila una barricada, protegiendo la entrada de la Universidad de Los Andes en la ciudad de San Cristóbal, cerca de la frontera con Colombia.
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El 19 de abril de 2014, la Guardia Nacional se prepara para allanar un edificio donde creen que los manifestantes se esconden. Los enfrentamientos comenzaron temprano en la mañana y se extendieron hasta altas horas de la noche. Las unidades de policía se quedaron sin municiones en varias ocasiones y no pudieron ejecutar los allanamientos porque un gran grupo de manifestantes los atacaron poco después. Las confrontaciones cotidianas entre policías y manifestantes se redujo, con el tiempo a manifestaciones de ira, cada una expresada en su propio idioma.
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¿Cuál es el valor de tu trabajo en Venezuela? ¿Qué buscas?

Cuando estoy trabajando, presto atención y mucha. Trabajo con mis cinco sentidos.Mi fotografía siempre viene después de haber leído e investigado un tema, después de haber conversado largo y tendido con mis sujetos, como una investigación visual. Tiene mucho preámbulo y complicidad.Me gusta entender el contexto y luego ir a lo granular, a la historia. Me gusta de verdad entender lo que mis sujetos piensan y cómo se sienten sobre algunos temas. Me gusta poder decir que sé algo sobre ellos.Busco momentos y gestos que me digan algo, emociones. Siempre terminan siendo como un misterio o un secreto que se te revela y que puedes comunicar.Lo que espero de mi misma es poder contar historias que hagan eso: que revelen. Que sean memoria, precisamente porque llegan tan a fondo como pueden. Trabajando durante años en temas de Derechos Humanos y viendo a Venezuela caerse a pedazos, creo que el trabajo aquí necesita y merece ser así: dedicado, detallado, comprometido.

 

Un niño lima el esqueleto de un ataúd mientras que otro toma un descanso dentro de uno de los ataúdes. La pequeña fábrica tiene alrededor de diez trabajadores y produce alrededor de una docena de ataúdes por día. Colón es una ciudad rural en Venezuela, cerca de la frontera con Colombia. Su economía se basa en la muerte: son los mayores productores de ataúdes en la región occidental de Venezuela. Las tasas de mortalidad en Venezuela son tan altas que la demanda de ataúdes a menudo excede la oferta. La pequeña fábrica del ataúdes es propiedad de la familia Guerrero. Dadas las tasas de violencia, operan un negocio rentable. La familia Guerrero se negó a ser fotografiada porque han sido víctimas de amenazas de extorsión, muerte y secuestro, todo por las ganancias que obtienen con el negocio de la muerte. Esta es una de las últimas fábricas de ataúdes de madera en el país. En su mayor parte, producen ataúdes hechos de cartón de fibra de densidad media, que son menos costosos que la madera. Un ataúd en Venezuela cuesta cuatro veces el salario mínimo.
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En febrero de 2012, la violencia no era lo que es hoy. Las calles de Caracas eran peligrosas, como lo han sido durante décadas, pero la violencia se escondía de muchas maneras. En el bar El Torero, en Catia, un hombre se sentó y bebió cervezas. Había estado bebiendo durante horas. No quiso decir su nombre, pero sí habló sobre sus cicatrices. Estuvo preso en El Reten de Catia, una prisión infame en la capital que fue demolida a fines de los 90. Allí, dijo, la gente tenía peleas de cuchillos a diario. Así fue como obtuvo sus cicatrices. "En aquel entonces dábamos la cara y usábamos chuzos, necesitabas habilidades", dijo, "ahora cualquier niño tiene un arma y él es más macho que todos". Las tasas de homicidios en Venezuela han aumentado durante décadas. Pero la violencia ha tomado formas diferentes en el tiempo. Las generaciones más viejas aún tienen memorias de una época en que el país no era tan violento, pero eso no es más que un cuento para los más jóvenes.
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¿Qué buscas como fotógrafa?

Busco muchas cosas. En principio, que el trabajo sea de calidad, siempre. Espero que mi trabajo sea respetuoso y, sobretodo, justo. A pesar de lo complicado de la industria en este momento, creo que la dedicación y el compromiso siguen siendo habilidades valiosas. A mi me encanta mi trabajo, me gustan hasta las partes feas de él. Así que mi mayor aspiración es poder seguir haciéndolo y tratar de hacerlo cada vez mejor. 

La fotografía siempre me ha llevado a lugares donde no hubiese estado nunca, de ninguna otra manera. Es una de las cualidades que más valoro. Gracias a la fotografía y a la curiosidad, he aprendido mucho. Espero poder seguir yendo a lugares donde no estaría por ninguna otra razón.

El día de mi cumpleaños una colega me dejó un mensaje: “Hace pocos días hablé con un venezolano en el exilio. De la nada me habló sobre tu trabajo. Dijo que para él, era uno de los mejores retratos sobre la situación en el país.” Esa fue una de las victorias más grandes que he sentido. Que alguien se viera reflejado, explicado, entendido en mi trabajo. Espero poder seguir haciendo eso, hacia allá estoy encaminada.

 

En el barrio de Artigas, en Caracas, un joven sostiene un revólver cargado. Él comparte el arma con un par de amigos. "Es más fácil encontrar armas que encontrar pan", dijo el joven riendo. Para Noviembre de 2015, las manifestaciones masivas ya habían pasado, aunque no en vano: dejaron una imagen clara de cuán letal era la ciudad. Debajo de la imagen, quedó una cicatriz en la conciencia colectiva. A medida que la economía se derrumbó y la violencia alcanzó su punto máximo, Caracas se convirtió en una capital feroz. El gobierno no sabe cuántas armas ilegales hay actualmente en el país, perdió el control sobre el asunto. En 2009, Amnistía Internacional advirtió que Venezuela podría tener hasta 6 millones de armas ilegales. Números más conservadores, como el proporcionado por la Comisión Presidencial para el Control de Armas, Municiones y Desmantelamiento en 2012, cita 1.2 a 1.5 millones de armas no registradas. Eso es en un país de 30 millones de habitantes. Frente a esta realidad, cada quién trató de obtener algún tipo de control sobre su vidas y, a medida que la economía formal colapsaba, la economía ilegal crecía. Los jóvenes de todos los estratos económicos se involucraron cada vez más con el tráfico de drogas, armas, el secuestro o el mercado negro de divisas. Las pistolas infestaron las calles. En promedio, 60 personas mueren diariamente en Venezuela.
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Un joven cuenta su botin de drogas: más de una docena de bolsas de cocaína y marihuana. Se gana la vida vendiendo drogas en un barrio al oeste de Caracas. Lo que gana apenas es suficiente para pagar el creciente costo de la vida. Para Noviembre de 2015, las manifestaciones masivas ya habían pasado, aunque no en vano: dejaron una imagen clara de cuán letal era la ciudad. Debajo de la imagen, quedó una cicatriz en la conciencia colectiva. A medida que la economía se derrumbó y la violencia alcanzó su punto máximo, Caracas se convirtió en una capital feroz. El gobierno no sabe cuántas armas ilegales hay actualmente en el país, perdió el control sobre el asunto. En 2009, Amnistía Internacional advirtió que Venezuela podría tener hasta 6 millones de armas ilegales. Números más conservadores, como el proporcionado por la Comisión Presidencial para el Control de Armas, Municiones y Desmantelamiento en 2012, cita 1.2 a 1.5 millones de armas no registradas. Eso es en un país de 30 millones de habitantes. Frente a esta realidad, cada quién trató de obtener algún tipo de control sobre su vidas y, a medida que la economía formal colapsaba, la economía ilegal crecía. Los jóvenes de todos los estratos económicos se involucraron cada vez más con el tráfico de drogas, armas, el secuestro o el mercado negro de divisas. Las pistolas infestaron las calles. En promedio, 60 personas mueren diariamente en Venezuela.
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Un niño de diez años se para sobre los restos de su casa. Fue saqueada y desmantelada en la mañana del 25 de julio de 2016. Esta operación dejó a más de 200 familias sin casa. La familia Osorio fue una ellas. El niño es uno de cada nueve menores de edad que vivían en la pequeña casa, hecha de cartón y planchas de zinc. Los desalojos masivos comenzaron a las 3 a.m., cuando varias agencias policiales allanaron la pequeña barriada, ubicada en las afueras de Caracas. Según Nicolás Maduro, los allanamientos buscaban acabar con bandas criminales y paramilitares, sin embargo, nadie fue acusado públicamente como resultado de estos allanamientos.
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¿Cuáles son los grandes retos profesionales?

La industria está atravesando por cambios estructurales y nosotros estamos aprendiendo a adaptarnos cada día. Para mi, es un reto poder mantenerme al día, diversificar las herramientas sin perder la esencia de lo que hago. 

Me preocupo por producir un trabajo relevante, que atraviese la bulla, o la sobrecarga de contenido visual. Para eso, creo yo, que termina siendo valioso ser capaz de dedicarse más a los proyectos, ser más meticuloso. Pero los proyectos de largo plazo requieren de grandes inversiones de tiempo y dinero, que no siempre hay. Buscar maneras de hacer eso posible como fotógrafa independiente y emergente, es uno de mis grandes retos.

En Venezuela no hay referentes femeninos en el fotoperiodismo. Formo parte de la primera generación de fotoperiodistas venezolanas y eso es un inmenso reto: Hacer un trabajo competitivo, profundo y ético —construir un referente para mujeres más jóvenes en el país. 

El mayor reto, creo yo, es lograr que el fotoperiodismo se mantenga como una profesión sustentable. Que sea suficientemente valioso como para que podamos seguir viviendo de él. Eso depende de todos nosotros.

 

Durante la temporada seca de julio de 2015, el cerro El Ávila, en Caracas, se incendió durante semanas. Los incendios generalizados y la sequía pusieron a la ciudad al borde. El humo filtraba la luz del sol, resultando en atardeceres memorables. Durante ese año, Venezuela tuvo casi 29,000 homicidios, según el Observatorio de Violencia de Venezuela, una ONG local. Venezuela se convirtió en el segundo país más violento del hemisferio occidental.
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CRÉDITOS
Adriana Loureiro Fernández tiene experiencia en Medios de Comunicación, obtuvo su licenciatura en la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas, Venezuela, donde su tesis, un ensayo fotográfico, obtuvo Mención de Honor para su publicación y fue expuesta en varias galerías itinerantes de todo el país. Ella ha trabajado con la fotografía de moda desde la escuela secundaria y poco después de la graduación comenzó a contribuir como profesional independiente para diferentes medios de noticias nacionales con historias basadas en imágenes y texto. Recientemente se mudó a Nueva York para comenzar una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia. www.adrianaloureiro.com